Eso es exactamente lo que está ocurriendo con las bebidas alcohólicas sin alcohol. Sí, leíste bien. Cerveza sin alcohol, gin sin gin, champagne sin burbujeo embriagante. Lo que hace unos años era una rareza —o directamente una mala palabra— hoy es tendencia, lifestyle y, sobre todo, una elección que gana cada vez más terreno.
Durante años, pedir una bebida sin alcohol en una reunión social era justificarse. “Estoy manejando”, “estoy tomando antibióticos”, “mañana madrugo”. Hoy, en cambio, cada vez más personas eligen las versiones 0.0% como parte de un estilo de vida. Sin dar explicaciones. Sin renunciar al ritual.
El auge es tan fuerte que ya tiene nombre propio: bebidas NoLo (No or Low Alcohol). Y aunque parezca nuevo, el crecimiento de este segmento viene en constante ascenso desde hace un tiempo. Según el IWSR Drinks Market Analysis, el mercado mundial de estas bebidas crecerá más de un 30% entre 2025 y 2026. En otras palabras: no es una moda pasajera. Es un cambio de paradigma.
En eventos deportivos de alto perfil, como la Fórmula 1, las versiones 0.0% ya forman parte del menú habitual. En los palcos VIP, donde se cruzan la celebración con la performance, el bienestar también es protagonista. Brindar con un espumante sin alcohol ya no es raro: es parte del nuevo lujo.
Porque no se trata solo de salud. También se trata de lucidez, de estilo, de no perderse nada. De poder brindar y, al mismo tiempo, estar presente.
Acá viene lo interesante: ya no hace falta resignar el gusto. Las cervezas 0.0% dejaron de ser insípidas. Marcas como Heineken, Patagonia o Corona lograron fórmulas que conservan cuerpo, espuma y sabor. Pero el salto más grande ocurrió en los destilados: ginebras sin alcohol como Lyre’s o Seedlip reproducen con precisión botánica el aroma, la complejidad y hasta el amargor de un gin clásico. Sin una gota de alcohol.
Todo eso servido en copas elegantes, con hielo tallado y garnish de autor. Porque sí: si vas a pedir un trago sin alcohol, también querés que sea lindo, instagrameable y rico.
Detrás de esta revolución sin estridencias, hay algo mucho más profundo. Un cambio cultural. Hoy, consumir menos (y mejor) también es una forma de disfrutar. Y si antes el alcohol era sinónimo de socializar, hoy hay nuevos códigos: el disfrute puede ser consciente, liviano, libre de efectos colaterales.
No se trata de dejar de tomar. Se trata de tener la opción. Y esa opción, por suerte, está cada vez más a la vista, mejor servida y, sobre todo, más aceptada.
Así que sí, tal vez sea hora de dejar el prejuicio a un lado y levantar la copa. Aunque sea 0.0%.
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