¿De qué va? Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una actriz cuyos mejores años ya han pasado. Tras ser finalmente despedida por el asqueroso jefe del estudio, Harvey (Dennis Quaid), lo que significa que ya no tiene ingresos regulares ni puede conseguir otros papeles debido a su edad, cae en una peligrosa espiral descendente de desesperación. Un accidente de tránsito la lleva a una misteriosa empresa que le ofrece una sospechosa sustancia que supuestamente hace que te transformes temporalmente en una versión mejor de ti misma. Las reglas son sencillas y no negociables: si acepta la inyección con la cura milagrosa, deberá pasar exactamente una semana en su cuerpo "mejorado", seguida de una semana en su cuerpo real, y así sucesivamente. Si se rompe este ritmo bueno… ya se imaginarán.
El tema central de la historia es el trato que la industria del entretenimiento le da a las mujeres cuando ya no las considera atractivas y el consecuente daño en cadena que esto provoca. En esa línea, el hecho de que la protagonista sea Demi Moore es fundamental para que la historia funcione: más allá de su impecable actuación, vemos en pantalla a una actriz que fue dueña del mundo durante los 90’, pero que cuando decidió raparse la cabeza Hollywood la dejó de lado, convenciéndola de que su único valor estaba en su belleza. De hecho, en La Sustancia vemos a Elizabeth frente al espejo odiándose a sí misma y a su aspecto cuando ¡es Demi Moore! ¡Una de las mujeres más lindas del mundo aún con 60 años! (no tengo suficientes signos de exclamación).
Similar al recurso muchas veces utilizado por la serie Black Mirror, la cinta está ambientada en una época distópica, con celulares de última tecnología, autos de los 80’ y decoración de los 70’. Además, el ritmo de los acontecimientos depende de que muchas cosas no sean explicadas y que al mismo tiempo no nos importe: contrario a lo que dijo Tabárez, en este caso la meta es la recompensa y el camino no importa. Y esa meta tiene mucho gore.
Producto de esto último es que, creo, el público se divide en dos grupos: los que consideran que es un peliculón y los que creen que es ridícula y asquerosa. Sobre esto, mi opinión es que (ya sé, nadie me la pidió, pero soy el que está escribiendo) lo asqueroso es necesario como recurso narrativo: las imágenes del final son asquerosas y repulsivas porque el trato que Hollywood le da a las mujeres es asqueroso y repulsivo. La única manera que tiene un periodista varón y blanco que vive en Uruguay de sentir algo que al menos se le aproxime es viendo imágenes que causen náuseas. Y la película lo logra.
Dicho esto, aplausos para Demi Moore en el mejor papel de su carrera, aplausos para la directora y guionista francesa Coralie Fargeat y, si es posible, denle una oportunidad a una película que puede gustar o no, pero seguro no van a olvidar.