Cineclub: el entretenimiento es secundario

(Por Mathías Buela) Para esta columna pateamos la estantería, con tanta mala suerte que se apagó la tele y cayó un libro de cine. 

Si entraste a leer esta nota pensando que Cineclub es una película de la que no habías oído tenés razón: no oíste de ella porque no es una película sino un libro. Pero ¡esperá! antes de cerrar la pestaña por sentirte estafado/a te invito a leer un poquito más, porque si hay algo tan lindo como ver cine es leer de cine (el periodista cruza los dedos para que no le bajen la columna).

¿De qué va el libro? A un adolescente que vive en el lado primermundista del planeta le va mal en el liceo y el padre busca una forma de ayudarlo. No es que el chico (gurí) sea rebelde ni mucho menos: simplemente no le gusta el liceo, no le encuentra la vuelta y eso se refleja en sus notas. Después de probar varios métodos, los padres toman una decisión desesperada: “¿Querés dejar el liceo?” le preguntan. Ante la obvia respuesta, le ponen tres condiciones: no puede trabajar, no puede consumir drogas y tiene que mirar tres películas por semana con su padre, ya que esa será la única educación que tenga. ¿Donde firmo?

David Gilmour y su hijo Jesse.

Así, a través de esas tres películas semanales, es que se empieza a desarrollar y profundizar la relación entre padre e hijo, sacando cosas buenas, no tan buenas y pésimas, pero siempre bajo la premisa de que el ejercicio es educativo.

El autor es David Gilmour y no tiene nada que ver con Pink Floyd sino que se dedica a escribir novelas en Canadá. Uno de los aspectos más llamativos de la novela es que está basada en la historia real de él mismo con su propio hijo, por lo que puede considerarse autobiográfica. Si te gusta el cine se te va a ir como agua entre los dedos y vas a entender cada una de las referencias a las decenas de películas que se mencionan o, en el peor de los casos, vas a aprender de cine junto con el hijo de Gilmour.

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