Creció en un paraje rural de Canelones, lejos de los brillos de la moda, pero bien cerca del mundo artesanal: “Mis abuelos toda la vida plantaron tomates y tienen una fábrica artesanal de salsa de tomate. Toda mi familia vive acá, uno cerca del otro, dentro del predio del campo”. Me sorprendo al enterarme que hizo toda su carrera viviendo en el campo y que –incluso hoy –que estudia y trabaja en Montevideo–, sigue viajando diariamente los 55 kilómetros que la separan de la capital. Me nace preguntarle por el impacto que tiene ese traslado en su cotidianidad, el “tiempo muerto” en este mundo que no para. “Tocás un tema central. Creo que es algo que influyó mucho en mí, como persona y como diseñadora. Me acostumbré a hacer muchas cosas en el ómnibus y a resolver bien mi tiempo. La vida del estudiante del interior implica sacrificios y yo, estando más cerca, me puedo permitir ese ir y venir. Uso mucho ese espacio para crear. A última hora del día el ambiente en el ómnibus es de cansancio, yo aprovecho el silencio para inspirarme. Pienso ideas, me anoto cosas en el celular, listas de pendientes y recordatorios. Creo que esa rutina fue un aliado en mi carrera. Amo vivir en el campo, la naturaleza, la tranquilidad, el silencio”, dice Sabrina. Basta intercambiar pocas palabras para saber que es una estudiante dedicada. A pocas materias de recibirse como diseñadora, con una tesis de vestidos de novia aprobada con 39 puntos de 40, trabajando en sus tiempos libres como maquilladora y dando sus primeros pasos en el mundo laboral formal en Be Ganesha, damos por sentado que estamos conociendo una de las diseñadoras en potencia de la moda local. Te invitamos a conocer a Sabrina Hernández.
¿Cómo fue tu infancia? ¿Siempre supiste que querías dedicarte a la moda?
Adoré mi infancia. Soy de La Chinchilla, un paraje rural a unos 9 kilómetros de Atlántida. Fui a una escuela rural –la 128 de La Palmita– e hice el liceo en Atlántida. Crecí en una familia en la que se acostumbraba a coser, mi mamá y mi abuela se hicieron sus propios vestidos de novia. A mí siempre me gustó el diseño y la creatividad: jugaba a hacerle la ropa a mis muñecas, les hacía producciones de fotos, y recién ahora tomo real dimensión de todo eso. Nunca había pensado en diseño como una posible carrera a seguir, hice quinto científico y sexto arquitectura, estaba muy lejos de la moda.
Pensaba estudiar ingeniería química, hasta que tuve una charla con mi mamá que me abrió mucho más las opciones. Me incentivó a seguir mi corazón, no pensar tanto en la salida laboral, sino en confiar que, si verdaderamente te gusta lo que haces, hay más probabilidades de que te vaya bien. Seguí mi corazón y la verdad es que no me arrepiento ni un segundo. Soy una apasionada de lo que hago.
¿Cómo fue la elección de tu casa de estudios?
La realidad es que no estaba tan informada ni adentrada en el mundo de moda. Cuando me puse a investigar las distintas instituciones, tuve una entrevista en ORT. Tomé una prueba de admisión y conseguí una beca. Llegué a facultad pensando que iba a tener un enfoque más desde las tendencias y, muy por el contrario, la carrera no va por ahí: como estudiante se abre un enorme mundo creativo, donde no hay reglas. Es una carrera hermosa, que solo hacés si realmente te gusta. No es una opción que se elija por descarte. Ya la estoy terminando, me quedan cuatro materias teóricas, pero todas las materias de diseño ya las hice.
¿Cómo fue el proceso de presentarte a Mondesign?
Estábamos en pleno proceso de tesis cuando vino la coordinadora de la carrera a contarnos de Mondesign. Nos pidieron que mandemos un proyecto, que podía ser el de Colecciones (una materia que hacemos en tercero que es nuestro primer desfile) o de Eventos (una materia que hacemos en cuarto que es el segundo desfile de la carrera que está íntegramente organizado por estudiantes), o podíamos mandar los dos. Había que decidir y armar una presentación con nuestros diseños. A partir de eso un grupo de profesores hacía una pre-selección con dos finalistas.
Yo elegí presentar mi colección Cristal, que trabajé en cuarto año. Esa colección se basó en la generación de cristal como punto de partida. Armé una presentación con las fotos y la mandé. Nos informaron los finalistas por mail y habíamos quedado Sofi González, que fue mi dupla desde el inicio de la carrera, y yo. Justo nosotras dos, amigas, pero fue anecdótico porque nunca nos vimos como competencia, nos apoyamos mucho mutuamente. A las semanas tuvimos las fotos de la campaña, que fue en el Hotel Hampton by Hilton. Fue una jornada de todo el día en la que también conocimos a los diseñadores finalistas de otras instituciones. Cada escuela es muy distinta entre sí, con enfoques bien diferentes, por lo que ese intercambio fue muy enriquecedor.
Luego nos avisaron que iban a hacer el evento en el que anunciaban los ganadores en vivo y en directo. Era pleno diciembre, tengo el recuerdo de estar en la locura de la entrega final de carrera, me fui del laboratorio de facultad directo al shopping, no le avisé a nadie de mi familia y de repente estaba en el escenario agradeciendo el premio, diciendo unas palabras que no había planeado, que por supuesto se me escapó alguna lágrima. Fue lindo parar a valorar el camino recorrido.
¿En qué consistió tu colección?
Mi colección Cristal la había desarrollado para Pulsa, el evento que organizamos las 21 alumnas de cuarto año de ORT. En ese marco nos dividíamos en grupos y trabajamos por temática y materialidad. A mi grupo le tocó trabajar conceptualmente la generación de cristal, y todo lo que nos está pasando como generación… la ansiedad que sentimos, la presión que nos impone la sociedad, la exigencia de la felicidad, la búsqueda interior en terapias alternativas. Era un tema abstracto, pero nos centramos en siluetas encapsuladas, en prendas que se aprietan y se expanden, objetos punzantes, cristales rotos y remendados…
Yo trabajé con dos conjuntos femeninos y uno masculino. Una de las prendas era un pantalón sobrefalda, que envolvía un pie e impedía la movilidad, un poco la sensación de paralización que produce la ansiedad y no permite avanzar. El proceso tuvo mucho de experimentación en el laboratorio de la facultad. Hice un buzo con pinchos de fieltro que los pinté a mano con pincel, simulando una textura que se está rompiendo, como estallada. Para prendas de jean me copé mucho con el tie-dye, trabajé texturas diseñadas con origami. Cada pieza se cortó, se plegó y se destiñó con hipoclorito para generar una estampa. Fue un proceso interesante de trabajo. La textura pretendía simular una explosión, como algo que se rajó. Cosí una especie de sarpullido con recortes chicos de jean y arriba le puse una tinta que con calor hace un efecto inflado. Eso generó un impacto visual interesante. También trabajé una falda de microtul que sublimé con la textura que había trabajado de jean. Utilicé la misma imagen en distintas prendas y con distintas técnicas, lo que ayudó a englobar las prendas en una misma colección.
¿Qué impacto tuvo en tu carrera obtener este premio?
Fue muy emocionante. Cuando me anunciaron como ganadora la coordinadora de la carrera dijo unas palabras muy lindas, que se había valorado especialmente la experimentación en técnicas nuevas, las horas de laboratorio, el ensayo y error. Fue un reconocimiento que me permitió parar a valorar el camino recorrido. El premio de Mondesign fueron 5000 dólares para cada ganador para impulsar nuestra carrera como diseñadores. Tengo ganas de usar el premio para formarme en el exterior, aunque en este momento estoy con la cabeza en mi primera experiencia laboral. Hace poco más de un mes empecé a trabajar como diseñadora en el equipo de Be Ganesha y me tiene feliz. Por lo que quiero tomarme el tiempo para pensarlo bien. Invertir ese dinero a mi profesión va a ser un antes y un después en mi carrera como diseñadora y en mi vida.
¿Qué destacarías de la industria de la moda en Uruguay?
La moda en Uruguay está en crecimiento, se está valorando mucho más el diseño local. Lo que pasa en moda es profundo, aunque los consumidores solo ven la punta del iceberg, abajo pasa de todo. Detrás de cada marca hay un mundo. También es un hecho que el diseño uruguayo es caro, no solo por ser diseño de autor, sino que principalmente por los altos costos de producción en un país chico. Producir en Uruguay es un desafío: cada vez hay menos talleres, menos tejedoras, menos mano de obra, eso preocupa bastante. Las modistas, las patronistas, las tejedoras no están teniendo recambio generacional, por lo que a medida que dejan su oficio no hay quién continúe esa labor. Es también una pérdida a nivel cultural. Son muchas las marcas que acuden a los pocos talleres que subsisten y eso enlentece los procesos productivos. Uruguay es un país pequeño que se destaca por su materia prima. El trabajo con nuestra lana y cuero nos vuelven de referencia a nivel global, nos hace competitivos. Hay mucho talento y empeño en la moda local, pero creo que como país vamos más al ritmo del slow fashion, lo que también puede ser un diferencial.
Ping pong con Sabrina Hernández:
- Una banda: El Kuelgue
- Tu lugar en el mundo: Punta del Diablo
- Un destino por descubrir: Grecia
- Una serie: Anne with an E
- Un sueño por cumplir: Que mis diseños se presenten en un desfile internacional
Fotos: Francisco Young
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