Seguir a Mari O’Neill es entrar en su propio universo. Por un lado, el cliché de la influencer: moda, viajes y lifestyle. Una buena dosis de inspiración de looks, descuentos exclusivos para su comunidad, acuerdos comerciales con marcas que Mari las vuelve irresistibles, recomendaciones de viajes a playas paradisíacas, y piques para facilitar tu rutina. Por otro lado, tiene su faceta anti-influencer: se muestra humana en el sentido más amplio de la palabra. Desde lo más mundano como admitir que no se siente cómoda en eventos o ventilar sin tapujos que sufre tránsito lento; hasta lo más profundo, cómo abordar en primera persona sus ataques de ansiedad y sus preocupaciones en torno a la salud mental.
Ese combo millennial trajo consigo una comunidad fiel que la sigue, cientos de marcas que pagan por un hueco en sus redes sociales y una marca propia que lleva su nombre y supo fundarse con inversión de su bolsillo. Las prendas vuelan a manos de sus seguidoras que agotan rápidamente el stock de su tienda, y también el de las marcas que ella usa y recomienda.
De todo esto la invitamos a conversar para InfoStyle. Quedan por fuera miles de aristas que componen la vida de esta geminiana. El éxito arrollador de su marca personal, su casa de revista y su estilo de vida de influencer libre de rutinas contrastan con su historia de vida. Su primera infancia en Italia con su mamá nurse y su papá –ídolo del fútbol, pero también un adicto al que su enfermedad se lo llevó demasiado joven–. Un divorcio que la devuelve a Montevideo. Su educación en el Liceo Francés. Los veranos en Paso de los Toros. Un año viviendo en Mallorca. Un accidente de tránsito en el que volvió a nacer. Una vida yendo a terapia. Todo eso lo descubrirán con ella a través de su cuenta @marioneill. Aquí, un fragmento de nuestra charla.
¿Cómo surge tu interés por la moda? Te propongo hacer un repaso de tu trayectoria como emprendedora
Mi primer emprendimiento fue una marca de accesorios que se llamó Chiquitúa, en la que hacía collares artesanalmente. Cuando me aburrí de los accesorios me puse a trabajar como community manager. Ahí nace Bruta Producción, una agencia de redes sociales que creamos junto a mi novio de ese momento. Un día fui a la tienda de una de nuestras clientas que estaba vendiendo poco y le propuse que se probara la ropa y que yo la filmaba. Me dijo que no se animaba, pero que lo haga yo, que ella me filmaba. Entonces prendimos la cámara mientras yo hablaba de las prendas y me probaba la ropa. Fue furor, estallaron las ventas. Todas las marcas donde trabajaba como community empezaron a pedirme lo mismo. Fue innovador y las clientas me empezaron a seguir, por lo que agarré un nicho muy específico de seguidoras interesadas en moda. Al principio hacía IGTVs mostrando looks de mi propio ropero y rápidamente las marcas quisieron que haga lo mismo con sus prendas. Cobraba chirolas, pero amaba lo que hacía. Mi evolución fue muy rápida.
En 2017 tuve una marca de second hand que se llamó Partager –que significa compartir en francés–. Éramos tres amigas del liceo y hacíamos eventos de Garage Sale, con música en vivo, ropa y arte. Llegamos incluso a tener un local en Sinergia Design. El proyecto duró poco más de un año, pero fue una fusión hermosa que me enseñó mucho.
Fue en 2019 que una amiga me propuso hacer una marca de ropa y entre tres socios abrimos Vermut. Hacíamos todo nosotros: buscar proveedores, armar los pedidos, repartos en mi auto. Fue una locura. En plena pandemia sacamos conjuntos comfy: se vendieron 150 en 3 horas. Nos fue muy bien, hasta que en la sociedad estábamos cada uno en sintonías diferentes y decidí bajarme. A pesar de no estar en Vermut necesitaba el contacto con la ropa, quería expandir mi energía creativa y decidí armar un proyecto propio que llevara mi nombre. Esta vez sola, sin socios. Usar mi nombre fue tirarme al agua con todo.
¿Cómo definirías Mari O’Neill Shop? ¿Qué valores propone la marca?
Mari O’Neill Shop surge a partir de los conflictos que trae la industria de la moda actual. Me frustra lo que está pasando con el fast fashion: las condiciones de trabajo, la contaminación, la explotación de recursos. El discurso para ir contra eso es “consumí industria nacional”, pero la producción en nuestro país es cara, no es accesible a todo público. Una persona que gana un sueldo mínimo no puede pagar una campera a $ 6.000 hecha en Uruguay cuando hay una multinacional que se la vende a menos de $ 2.000. Responsabilizar al cliente termina siendo un discurso elitista y egoísta. A partir de eso me propuse hacer una marca de industria nacional que le pueda competir a multinacionales. ¿Te querés comprar una remera básica? Yo quiero que tengas la opción de comprar nacional al mismo precio y calidad que la multinacional, y que vos puedas elegir en igualdad de condiciones.
Mari O’Neill Shop es una marca de producción nacional pero no es competencia de marcas nacionales, manejamos otro rango de precios y nuestros valores son otros.
¿Y cómo hacés para poder competir con precios multinacionales en un sistema de producción nacional, con los grandes desafíos de la industria uruguaya?
Ganás menos plata. Tu negocio no va a ser tan redituable, pero estás haciendo las cosas bien. Tal vez tomás menos riesgos, vas de a poco. ¿Es difícil? Sí, obvio.
Hay que tener en cuenta otras cosas: mi negocio siempre fue online. La estructura para tener un local de Mari O’Neill Shop no sería viable para sostener los precios. Los costos fijos impactarían en el cliente y no estoy dispuesta a que los precios suban, sería romper con un valor fundamental de la marca.
Por otro lado: puedo competir con ciertos productos, no en todo. Las confecciones complejas, sastrería o tejidos llevan procesos más caros y difíciles de producir acá. La realidad es que no puedo competir en precios con piezas complejas: sale carísimo y pierde el sentido. ¿Querés un gamulán espectacular a dos telas, con cierres, peludo, todo de alta confección? Comprátelo en Zara. Yo también me lo voy a comprar ahí y te lo voy a mostrar. Soy consciente que no puedo competir contra eso, es imposible. Me parece que es ser real con el proceso y tomar decisiones coherentes.
¿Cuáles son los desafíos de llevar un negocio 100 % digital?
Nunca se puede mostrar un producto en su totalidad a través de lo digital, ahí está el desafío. Hasta que no lo tocás, no lo tenés en tus manos o te lo probás, no sabés cómo es. Por eso yo uso muchos mecanismos para comunicar lo mejor posible: me los pruebo, los describo en detalle, cuento sobre el textil, cómo es el corte, si lo siento fresco, si me resulta cómodo… También es cierto que Mari O’Neill Shop parte de mí, yo tengo una trayectoria como marca personal que mantiene una fidelidad con el público. Esa confianza que construí a lo largo del tiempo hace que me sea más fácil comunicar y ganar un cliente.
En tus redes hablás mucho de salud mental, ¿qué implica para una influencer mostrarse vulnerable?
Nunca tuve problema en hablar de mi salud mental: llorar en cámara, contar cuando no estoy bien, decir que odio los domingos, que tuve un padre ausente, que la Navidad me pega mal, todos mis issues los conté.
Hace unos años tuve un año muy difícil en cuanto a salud mental. Decidí cerrar momentáneamente mis redes sociales y explicar lo que me estaba pasando. El trabajo me estaba sobrepasando, estaba todo el día ATR, expuesta… era insostenible. No hay forma de “pedirte unos días” en mi trabajo. El show debe continuar, por momentos sos como un actor.
Las redes demandan mucho de vos. Si vos no estás, van a ir a seguir a otra persona. En ese momento sentí mucho miedo. Pedí ayuda, me tomé el tiempo, conecté con la naturaleza, aprendí a delegar. Me ocupo mucho de que mi salud mental no vuelva a flaquear: el llanto, la taquicardia, sentir que el cuerpo no te funciona, es verdaderamente horrible. No quiero que me vuelva a pasar. Hablarlo también es naturalizarlo y cuánta falta nos hace.
Ping Pong
- Un libro: Todos los de Gabriel Rolón. Todos. También El monje que vendió su Ferrari de Robin S. Sharma, fue el libro que me acompañó durante el período que tuve ataques de ansiedad y me marcó muchísimo.
- Una película: Siete almas, con Will Smith.
- Un referente: Mi madre.
- Un sueño por cumplir: Ser mamá.
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