La propuesta, titulada “El viaje alrededor de mi apartamento”, rompe con la noción de vestuario doméstico y lo eleva a un ejercicio de estilo personal. Piezas que hablan en voz baja, casi en confidencias, revelando la identidad de quien las viste. Es un homenaje al acto íntimo de vestirse para una misma, sin testigos ni miradas externas, como el lujo supremo de la autenticidad.
El desfile se vivió como una exploración de arquetipos, donde la moda se convierte en declaración de individualidad. Con un alto grado de libertad sartorial y una subversión de las funciones tradicionales del guardarropa interior, Louis Vuitton invita a pensar en la ropa no como una armadura social, sino como un reflejo de lo más privado y esencial.
El espacio, diseñado por Marie-Anne Derville, fue en sí mismo un viaje sensorial. Un apartamento contemporáneo armado con piezas de distintas épocas: esculturas del ceramista Pierre-Adrien Dalpayrat del siglo XIX, muebles de Georges Jacob del siglo XVIII, asientos Art Deco de Michel Dufet de los años 30, obras de Robert Wilson y hasta diseños propios de Derville. Una curaduría que trazó un puente entre siglos de gusto francés, condensando historia, modernidad y eclecticismo.
Y como en toda experiencia Vuitton, la música también jugó un rol esencial. La voz de Cate Blanchett recitaba la letra de “This Must Be the Place” de David Byrne, sobre una partitura compuesta por Tanguy Destable. Un eco poético que reforzaba la idea de hogar, de lugar propio, de viaje íntimo.
Más que una colección, Louis Vuitton propuso una reflexión sobre el vestir como arte de vivir: cortesía intrínseca hacia una misma, autenticidad como lujo supremo y la libertad de llevar nuestra verdadera esencia allá donde vayamos.