Milán se convierte cada abril en la capital mundial del diseño, y en esta edición 2025, Louis Vuitton vuelve a hacerse presente con una propuesta que combina arte, historia, funcionalidad y puro deseo. En el marco de la Milan Design Week, la maison francesa presenta por primera vez sus nuevas Colecciones para el Hogar: un proyecto ambicioso que amplía su universo más allá del equipaje de lujo y los icónicos Objets Nomades, para adentrarse de lleno en el mundo de la decoración.
La locación elegida para esta inmersión sensorial no podría ser más precisa: el majestuoso Palazzo Serbelloni, un escenario neoclásico que acoge piezas contemporáneas con naturalidad y sin perder una pizca de magia. Allí, los visitantes son invitados a explorar distintas salas que funcionan como cápsulas de inspiración: desde una mesa de juegos intervenida por Patricia Urquiola, hasta un futbolín onírico de Estúdio Campana o una espectacular máquina de pinball nacida del universo de Pharrell Williams.
Desde que en 2012 se lanzaron los primeros Objets Nomades, Louis Vuitton comenzó a trazar su camino en el diseño de interiores. Lo que al principio parecía un guiño lúdico, se convirtió en una declaración de principios: piezas únicas, creadas en colaboración con los diseñadores más relevantes del mundo, con el savoir-faire inconfundible de la casa. Hoy, trece años después, ese viaje se amplía con una propuesta holística que busca habitar todos los rincones de la casa: muebles, lámparas, textiles, vajilla, juegos y piezas decorativas que dialogan con elegancia y humor con su legado de baúles y viajes.
En este nuevo capítulo, Louis Vuitton homenajea a nombres como Fortunato Depero —cuyo universo gráfico inspira textiles y vajilla— y Charlotte Perriand, figura clave del modernismo, con su primera colección de textiles para la maison. Pero también hay lugar para creadores contemporáneos como Patrick Jouin, Cristián Mohaded, Jaime Hayón o el dúo Zanellato/Bortotto, quienes reinterpretan los códigos visuales y materiales de la marca con una mirada cálida, funcional y profundamente estética.
Las nuevas piezas, aunque sofisticadas, no intimidan. Al contrario: invitan al tacto, a la curiosidad, a imaginar cómo se verían en nuestra casa. Hay mesas de ónix que parecen esculpidas por el agua, jarrones que juegan con la luz, canastos que parecen flores abiertas y sofás donde uno quisiera quedarse a vivir. Todo tiene una razón de ser, un guiño poético, una historia detrás. Nada es meramente decorativo; todo tiene alma.
Uno de los momentos más emocionantes de la exhibición es la instalación de La Maison au Bord de l’Eau, un proyecto diseñado por Perriand en 1934 y reconstruido por Louis Vuitton en 2013. Esta pequeña casa modernista —colocada en el patio del Palazzo— representa una idea tan vigente como hermosa: vivir bien no es acumular objetos, sino rodearse de lo esencial con arte y conciencia.
Louis Vuitton propone un nuevo modo de habitar los espacios: uno donde el diseño es un acto de amor y no solo de lujo. Las piezas no sólo embellecen, sino que elevan los momentos más simples —una cena, una siesta, un juego con amigos— con materiales nobles y formas que despiertan alegría. En tiempos donde el hogar volvió a ser protagonista, esta colección invita a reconectar con ese lugar íntimo desde el deseo, la emoción y la artesanía.
Milán fue testigo del nacimiento de un nuevo capítulo para la casa francesa. Uno donde el equipaje no sólo lleva cosas, sino historias; y donde cada objeto del hogar es, también, un recordatorio de que la belleza está en los detalles.