En primera persona con Nacho Sarube

(Por Agustina Amorós) Hace 18 años que se dedica a la peluquería, pero siente estar recién en el inicio de su carrera. Estudió con Heber Vera, el intercoiffure que lo formó y le abrió las puertas en el rubro. Es un eterno estudiante, que supo armar equipos para potenciarse. Hace casi una década tiene NS2, su propio salón en Pocitos, que en abril de este año se trasladó a una casona ubicada en la intersección de los dos bulevares más importantes de Montevideo. En la planta baja, abrió Estudio Café –con cafetería de especialidad y panificados– en la planta alta transformó una icónica casa Art Decó en el estudio de pelo más innovador de la ciudad. Conversamos con Nacho Sarube (35), un artesano del pelo, un emprendedor visionario y un incansable hacedor de proyectos creativos.

Fotos: Adriana Navarro y Brian Ojeda.

Son las nueve de la mañana de un día laboral en Montevideo. Camino por Br. Artigas en el esplendor del otoño y llego a Estudio Café, una cafetería urbana de apenas 20m2, ubicada frente a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República. El café, aun siendo chiquito, transformó el paisaje de ese punto de la ciudad. Veo estudiantes sentados en la vereda, personas esperando su café en la ventana y al entrar me encuentro a Nacho Sarube, el creador de este proyecto, de charla con clientes. Nacho me ofrece un café mientras Malandra, su perro, se apresura también a saludarme. Yo acepto un americano, pero me proponen degustar un V60, un café de especialidad, filtrado por goteo. “Acá saben tanto de café, como arriba sabemos de pelo”, comenta Nacho mientras subimos a su estudio. Atravesamos un pasillo lleno de plantas, diseñado por Estación Salvaje, y de paso conozco la terraza del café, que es espaciosa y tiene vista a la facultad. Una vez en la peluquería, tomo real dimensión de lo innovador de este proyecto. La casona art decó es en sí misma una joya arquitectónica, por lo que me intereso por el pasado de la propiedad. “En esta casa funcionaba Doña Flor, un bistró de comida francesa que fue esplendoroso en los 90. La propietaria era Ana María Bozzo, una chef increíble, con muchos premios, que operó su restaurante aquí por muchos años. Por sus mesas pasaron personalidades como Bush y Luis Miguel. Por estas paredes pasó de todo”, cuenta Nacho. La reforma estuvo a cargo de Estudio Toro y hay mucho trabajo manual que Nacho ideó junto a proveedores especializados. Hoy, los pisos originales de terrazo, varios arcos art decó, y el vitraux de época conviven con una estética minimalista, instalaciones artísticas a base de espejos y mobiliario de peluquería que se mandó hacer especialmente para este proyecto. El resultado es de una extraordinaria apuesta estética y conceptual, que es funcional al negocio y que supo preservar el patrimonio arquitectónico de la casa.

Pasamos al área de color, donde veo clientas con sus computadoras mientras se realizan tratamientos en el pelo. “Es una necesidad que veo en crecimiento hace años, por eso generamos este espíritu de cowork para este sector. Solemos pasar muchas horas en la peluquería, y quería que sea una experiencia nueva y cómoda para mi equipo y nuestras clientas”, dice. El interiorismo tiene acentos industriales. “Me animaría a decir que nuestro color-bar es uno de los más grandes del mundo”, dice Nacho señalando el anaquel, que parece salido de un laboratorio.

Las preguntas se me duplican con la recorrida. Nacho me invita a pasar a su oficina –que es además un estudio de fotografía– y rápidamente nos adentramos en esta charla. 

Quiero saber más de tu historia, ¿cómo fue tu niñez? ¿Siempre supiste a qué te querías dedicar?

Nací en Montevideo. Mi familia materna es de Florida y de chico soñaba con ser de allá. Me parece un lugar increíble, pero en verdad crecí en la Aguada. Era pésimo estudiante, lo académico no era lo mío, pero sí lo manual. En sexto de escuela, a mis once años, mi mamá se enfermó de cáncer y se murió. Mi vida cambió muy repentinamente. Era 2001, plena crisis. Mi padre en ese momento era sereno de Club Aguada, por lo que nos mudamos los dos al Club. Por un tiempo vivimos en la habitación de sereno, un cuarto chiquito con puerta de chapa. Mi viejo más tarde perdió el trabajo, tuvimos años muy duros, de mucha pobreza. Fue una etapa de mi vida de mucha tristeza pero que me hizo bien: en esos años aprendí que con mis manos puedo sobrevivir. Nos rebuscamos: hacíamos artesanías para vender en la feria, paseaba perros, compraba plantas para vender. Como estudiar no era lo mío, la maestra le recomendó a mi padre que haga UTU.

Años más tarde, mi padre se casa con una peluquera, y abren un pequeño salón de barrio. Nuestra situación a partir de eso mejora un poco. Mi padre ve que era una buena salida económica y me empieza a insistir en que estudie peluquería. Yo no quería, pero tampoco quería ser pobre, me obsesionaba en encontrar la forma de salir. Me acuerdo perfecto la mañana en que me desperté decidido y me fui a anotar. 

¿Cómo fue la experiencia de estudiar peluquería en UTU?

La primera etapa fue espantosa, realmente no me gustaba. Hasta que un día, haciendo un ejercicio, se sentó frente a mí una señora para que yo le haga algo en el pelo. No me acuerdo qué le hice, tampoco recuerdo disfrutar del proceso de trabajo, pero tengo grabada la expresión de su cara. Me di cuenta que realmente le gustó. Esa sensación, la de hacer sentir bien a alguien por algo que vos hiciste, me cambió la vida para siempre: me hice adicto a esa sensación. Por primera vez en mi vida me sentí bueno para algo. La vocación no era hacia la peluquería sino en hacer sentir bien a las personas. A partir de ese día, no paré.

Sentía que no estaba aprendiendo lo suficiente, entonces me anoté en tres escuelas de peluquería a la vez. Un día me encontré con Heber Vera y le pregunté dónde podía estudiar, porque quería tener mi propia peluquería, pero necesitaba aprender más. Heber sonrió y me dijo: conmigo. Durante siete años trabajé con él. Me abrió las puertas de su mundo: su salón, Canal 4, el Teatro Solís, la Murga y el Carnaval. A nada le decía que no. Tenía mucha hambre de aprender. Fue increíble encontrarme con Heber en la vida, es como un padre para mí. Hasta el día de hoy, que tiene 81 años, nos vemos y no paramos de hablar de pelo. Es un verdadero apasionado de lo que hace. 

¿Cómo fue el proceso de abrir tu propia peluquería?

Los años que trabajé con Heber me dediqué a aprender y ahorrar. Viví siempre austeramente. Llegaba en bici, comía arroz con atún todos los días de mi vida, cubría los gastos básicos con la propina y todo mi sueldo, comisión, aguinaldo, salario vacacional, me lo ahorraba para tener mi propia peluquería. No soy una persona con grandes necesidades de consumo y por ende tengo una gran capacidad de ahorro. Cuando tenía alrededor de 50 mil dólares ahorrados, renuncié para abrir mi salón. Obviamente no me imaginaba lo que se venía. 

Heber me aconsejó que sea un local bien ubicado, que la gente lo vea. Caminé todo Pocitos buscando el ideal hasta que di con el de Av. Brasil y Obligado, que se veía de todas partes. El local era más caro de lo que buscaba, pero aposté a esa esquina. La plata que tenía ahorrada se desvaneció poniendo el local a punto. Mi tía me prestó plata para poder terminar la obra, tenía mucho miedo, estaba verdaderamente muy jugado. 

Cuando estaba en ese proceso, ni siquiera había abierto, me llama Rosario San Juan para participar de Maybelline Model (Canal 4), a los días me convocan de MoWeek para armar un equipo, L'oreal también confió en mí. Sentí que Montevideo me aceptaba y eso me impulsó aún más. El 6 de abril de 2015 abrí Nacho Sarube Estudio de Pelo. No tenía ni un peso y muchos gastos fijos, pero desde el primer mes me dio para cubrir todo y en aproximadamente seis meses había devuelto el préstamo familiar. Fue una locura, pero yo estaba completamente decidido a que funcione. 

¿Cómo te llevás con lo administrativo? Yo veo un sobresaliente, no quedan rastros de un mal estudiante

Yo apenas llegué a cuarto de liceo, pero siempre me gustó preguntar y mi capacidad de aprendizaje es a través de la observación. Si yo me concentro en hacer bien lo que tengo que hacer, la plata viene. Tengo que cuidar de que no se vaya más de lo que entre. Siempre fui un buen pagador, me gusta pagar en fecha, ser responsable. Creo que el uruguayo no tiene buena cultura financiera. Yo aprendí por necesidad, fui manejando estratégicamente el trabajo con los proveedores, compraba en grandes cantidades, almacenaba stock a largo plazo para conseguir mejores precios. Me centré en los servicios que mayor margen de ganancia me daban. En esos primeros años estaba desquiciado, la pasaba mal para que me vaya bien. Hacía todo yo: peinaba, barría el piso, pagaba sueldos, transfería. Todo lo que hacemos los emprendedores uruguayos que arrancamos de abajo. 

¿Cómo surge la idea de fusionar tu peluquería con una cafetería de especialidad?

Fue un proceso personal y laboral de varios años. En un momento el local de Av. Brasil cambia de nombre, la idea era poder construir el espacio más allá de mí. No quería que el negocio sea Nacho-dependiente: sino no es un negocio, es una trampa. A partir de una conversación con mi novia en ese momento, Clara [Aguayo], fue que llegamos a NS2. Fue una apuesta conceptual dentro de una etapa muy feliz y creativa de mi vida. A partir de ahí comienza esta historia. Había cumplido 30, me separé, vino la pandemia, tuve una especie de crisis personal: ¿voy a ser un artista o un empresario de la peluquería? ¿me voy a ir a vivir al exterior o apuesto a Montevideo? Yo soy un artesano del pelo y una persona que hace. NS2 llegaba a su madurez. Nos abocamos al servicio en un concepto amplio. Te envolvemos en una experiencia completa. A partir de eso quería armar un proyecto que reúna lo que soy ahora: un espacio con muchas plantas, buen café, un proyecto creativo en el que me sienta realizado. Los peluqueros pasamos más tiempo en nuestro trabajo que en nuestras casas, quería un buen lugar para todos. Además, me atrae la idea de embellecer Montevideo. Tenemos una gran fuga de talentos en nuestro país. Los que nos quedamos tenemos una responsabilidad. Me dije a mí mismo: ok, si elijo vivir acá voy a hablar bien de mi ciudad, voy a amar Montevideo y la voy a cuidar. Me voy a dedicar a hacer proyectos interesantes que hagan cosas buenas por la ciudad. 

¿Cómo viviste el proceso de concretar la idea?

Muy dramáticamente. [Se ríe]

Yo no quería ampliar mi peluquería y poner un café, esto era otra cosa. Buscaba algo icónico, estaba realmente obsesionado. Busqué mucho el lugar y estuve a punto de comprar una casa antigua en Cordón. Ese negocio se frustró a último momento y realmente estuve meses duelando el proyecto. Tampoco tenía toda la plata para hacer lo que quería. Yo dije: la presión de tener que hacerlo me va a ir llevando. Quería que me impulsara esa especie de suicidio creativo.

Esta casa la vi por primera vez en Mercado Libre. Heber me acompañó a verla por primera vez. Nos encontramos con los vestigios de lo que era el restorán y me enamoré de esas historias que se entreveran con lo personal, político y gastronómico. Cuando decido avanzar, las dueñas de la casa deciden no alquilarla. Le pedí a la inmobiliaria una sola cosa: una entrevista con las propietarias. El diálogo comenzó conmigo diciendo: quiero que sepan que me enamoré de su casa y que no me voy a ir de acá hasta que me la alquilen. El diálogo fue completamente desde lo emocional. No fue simple, hubo varias idas y vueltas, pero lo logré. En septiembre de 2022 firmamos y ahí empezó el proceso de la obra, que fue largo y difícil. Realmente no estaba preparado, no sabía nada de lo que se me venía y la casa me puso a prueba. Cuando se sumó Estudio Toro, que se dedican a lo gastronómico, la cafetería empezó a tomar vuelo propio. Estudio Café abrió el 1 de agosto de 2023 y NS2 el 2 de abril de este año. Me supe asesorar con personas idóneas: desde la gestión, desde la gastronomía, desde el café. Yo no sé nada, pero me vinculo con gente que me enseña. 

Ping Pong con Nacho Sarube

  • Un libro: El cisne negro, de Nassim Taleb 
  • Un sueño por cumplir: Bucear con ballenas 
  • Una película: La cumbre escarlata, de Guillermo del Toro
  • Un miedo: Los extraterrestres 
  • Un músico: Thom Yorke 
  • Un hobby: Las plantas