Por Agustina Amorós
Fotos: Cortesía Dolores de Arteaga
Hace pocos días, en Lé Defilé de L’Oreal Paris en Uruguay, Dolores de Arteaga desfiló con un vestido dorado y negro de mangas voluminosas que encontró en una feria barrial, pero parecía firmado por Carolina Herrera. Es que ella es, sin dudas, una extrañeza en nuestro país. Dolores es la antítesis de la mujer uruguaya: llama la atención. Se viste con extravagancia, usa piezas exclusivas y también hallazgos baratos que sabe combinar y exacerbar. Es dueña de un estilo único, capaz de combinar todas las épocas. Tiene un hablar dulce y educado. Sabe de moda, de géneros y de marcas. Por si te quedan dudas, es de Leo.
Como la mayoría de las personas interesantes, no tuvo una historia de vida fácil. En los últimos años, pasó un infierno. Tras veinte años de matrimonio decidió separarse y su vida dio un vuelco. Pasó de vivir en una casona en Carrasco con sus tres hijos, en una vida en la que podía elegir trabajar por placer y no por necesidad, de viajes, de mundo, de gustos: a verse, de inmediato, sola. Fue un dolorosísimo divorcio del que no dice una palabra, pero entendemos todo. Con sus hijos viviendo con el padre, Dolores se mudó a la Ciudad Vieja. Emocional, económica y físicamente muy disminuida, le tocó reinventarse. Fueron años de dolor, de depresión, de negocios fallidos. Pero a Dolores –al igual que tantas otras mujeres– le tocó sobrepasar su dolor. Hizo lo que pudo con lo que estaba al alcance: recomponer el vínculo con sus hijos tras un lastimoso divorcio, golpear la puerta de un banco, empezar una y mil terapias, hacer plata de lo que sabe: la moda vintage. Sus clientas la aman por su forma de ser. Un personaje que sale al mundo con ojos de exploradora. A través de su Instagram @doloresdearteaga muestra en formato de crónica sus andanzas por Montevideo, entrevista a peatones, les compra a artistas callejeros, narra experiencias con su acento sofisticado, vende ropa vintage, decora su casa de reliquias con sentido. No podemos llamarnos un medio de lifestyle, sin antes traerles esta historia: la de Dolores de Arteaga Hughes.
¿Quién era Dolores de Arteaga de niña?
Era una niña con mucho mundo interior. Muy soñadora, muy creativa. Viví toda mi infancia en Pocitos. Mi papá tenía una inmobiliaria, entonces nos mudábamos seguido. Siempre vivimos en casas muy lindas, con mucho estilo. A mi papá le interesaba mucho la decoración y las pinacotecas, mi mamá tenía un marcado interés por la moda. Somos tres hermanos, yo soy la más chica. Crecí en una familia disfuncional. Mis papás se separaron cuando yo era chiquita y había mucho conflicto, tuve una infancia en la que presencié mucha violencia. Me llevó mucho años de terapia entender algunas cosas, pero hoy puedo ver a mis papás con mucho amor. Eran muy lindas personas y les guardo mucha admiración.
¿Cómo fue el proceso de la elección vocacional?¿Qué caminos fue tomando tu trayectoria laboral?
Estudié educación inicial. Luego hice un posgrado en la ORT y siempre me mantuve haciendo cursos y actualizaciones. Trabajar con niños me encantaba pero también me agotaba, por lo que cuando tuve a mis hijos decidí tomar otros caminos profesionales. Quería realizarme en cosas que me gusten. Cuando mi hijo más grande empezó el colegio, decidí asociarme y abrir un negocio de segunda mano en Carrasco. Fue una de las primeras boutiques de ropa de segunda mano, allá por el 2003, fue muy innovador para ese momento. Allí estuve 10 años hasta que me cansó la ropa como negocio, quería buscar algo que me desafíe intelectualmente. Mi papá siempre me dijo que lo mío era la comunicación y cuánta razón tenía. La vida me fue llevando y en 2013 creé mi blog La Citadina y fue una forma de coquetear con el periodismo.
¿De qué se trataba La Citadina?
Quería hacer un blog para abordar algunos de mis intereses que en ese momento no tenían espacio en los medios tradicionales. Apenas tuve la idea del blog empecé a armar equipo: hablé con Patricia Pintos que me ayudó con el logo y la identidad, hicimos un video de presentación con un realizador español que quedó muy lindo… y en ese proceso me recomendaron a Martina Pérez como editora. La llamé y conectamos inmediatamente. Juntas fuimos dándole el perfil editorial. Un tiempo después se convirtió en mi socia en La Citadina, nos hicimos íntimas amigas. Fue una de las mejores socias que tuve en mi vida. Me enseñó mucho con su forma de trabajar y de ver el mundo, muy librepensadora, una mujer de avanzada.
La Citadina se dedicaba a un periodismo lento, abordaba historias de vida y proponía una mirada original. También tenía su propia agenda cultural, que era un sueño por su originalidad. Con este proyecto entré al submundo del periodismo y me encantó. Era un trabajo hermoso y muy exigente. Años más tarde surgió un contrato con El Observador, que compró los contenidos de La Citadina. Según las métricas del diario hubo una nota sobre un viaje a Cuba que hizo explotar el servidor, teníamos notas que se leían muchísimo. Algunos contenidos salían impresos en el suplemento del fin de semana. Era un sueño, pero éramos dos socias creativas, nos faltó una pata comercial... Llegamos a un punto que no era redituable y a principios de 2017 dejamos de publicar. Fue un proyecto personal hermoso que atesoro. Lo pude sostener todos esos años porque no necesitaba el sueldo para vivir. Hoy en día no hago nada que no gane plata.