A medida que el chofer zigzagueaba por las curvas estrechas de la ladera, noté que incluso el caos de la carretera parecía tener algo de coreografía italiana. Pero bastó con mirar hacia arriba y divisar la fachada color caléndula del Splendido, A Belmond Hotel, Portofino, decorada con explosiones de azaleas rosadas en cada balcón, para entender que había llegado a un lugar donde la belleza no necesita filtros.
Desde InfoStyle, elegimos esta joya del Mediterráneo no solo por su estatus icónico, sino porque sabíamos que alojarse aquí sería una experiencia sensorial, emocional y estética. El Splendido no es solo un hotel: es un personaje más en la historia de Portofino, que con sus apenas 379 habitantes parece resistirse a la lógica del tiempo.
El edificio, originalmente un monasterio benedictino del siglo XVI, fue transformado en hotel en 1901 y desde entonces ha alojado a leyendas como Elizabeth Taylor y Ava Gardner. Hoy, bajo la firma Belmond, mantiene esa elegancia atemporal que solo los lugares verdaderamente únicos poseen. Las habitaciones, muchas con vistas panorámicas a la bahía, equilibran tradición con diseño contemporáneo gracias a la intervención del diseñador Martin Brudnizki, que aporta una sensibilidad delicadamente maximalista, inspirada en tonos que recuerdan a los cuadros de Monet. En mi caso, la habitación 479 aún no había sido “brudnizkificada”, pero su blanco absoluto y sus detalles en mármol de Carrara no hicieron más que amplificar el espectáculo natural que se colaba por las ventanas.
Los días en el Splendido se rigen por un ritmo propio. Las mañanas arrancan con canto de pájaros, jugo de naranja fresco y pasticcini en La Terrazza, un restaurante al aire libre donde cada comida se convierte en ceremonia. El chef Corrado Corti, en el hotel desde 1999, propone clásicos de Liguria que celebran lo simple con maestría: el pescado a la parrilla, los trofie al pesto (con papas y porotos verdes), y una carta de vinos que bien merece su propio capítulo.
Por las tardes, la piscina de agua salada —recientemente renovada— ofrece un refugio terracota con vistas al mar, sombrillas gigantes y cócteles como La Vela, preparado con ginebra de Portofino y vermú de piñones. A pocos metros, un spa en alianza con Dior (el Jardin des Rêves) propone masajes en cabañas abiertas al jardín. Y cuando cae la noche, la magia se traslada de nuevo a La Terrazza, donde algún huésped canta junto al piano, y el Negroni se vuelve casi un ritual.
Caminar hacia el pueblo de Portofino desde el Splendido (unos 15 minutos cuesta abajo) es atravesar un túnel del tiempo. Las fachadas color pastel, las barcas ancladas en la bahía, y las boutiques de lujo conviven con una naturalidad desarmante. En la piazzetta, el dolce far niente se vuelve una orden tácita: pedir un café en un bar histórico, espiar los yates que se mecen como en cámara lenta, o simplemente observar a los locales mientras uno se imagina cómo sería vivir allí.
Visité también el Castello Brown, a unos pasos cuesta arriba desde el centro, que ofrece vistas alucinantes de la bahía. Cada rincón de Portofino parece diseñado para ser admirado, pero lo que más me conmovió fue su silencio. A pesar del turismo, conserva ese susurro antiguo de pueblo pesquero, como si cada piedra recordara haber visto a Grace Kelly pasar por allí.
El Splendido no se visita: se vive. Es una experiencia que va más allá del lujo. Es la paz de despertarse con la luz del Mediterráneo filtrándose por la ventana. Es la risa de unos recién casados celebrando en la piscina. Es la historia convertida en hospitalidad, el servicio sin estridencias y el placer de saberse en uno de los lugares más bellos del mundo.
Recomendado por InfoStyle, este hotel es ideal para lunas de miel, celebraciones especiales o simplemente para quienes desean vivir, aunque sea por unos días, dentro de un sueño italiano. Porque Portofino no es solo un destino: es una promesa de belleza. Y el Splendido es su máxima expresión.
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