No sabemos qué ruta exacta siguió Stendhal cuando, en 1817, fue vencido por la belleza de Florencia al punto de sentirse desfallecer. Pero si hubiera atravesado las puertas del St. Regis Florence, probablemente se habría quedado a vivir en su suite.
El edificio que hoy alberga este palacio de cinco estrellas nació en 1432, diseñado por Filippo Brunelleschi, el genio detrás de la cúpula del Duomo. Primero fue el hogar de la noble familia Giuntini, y en el siglo XIX se transformó en el Grand Hotel de la Paix, hospedando a figuras como la reina Victoria y Leland Stanford. Tras una renovación impecable en 2011, el St. Regis Florence reabrió sus puertas con la promesa de mantener viva la esencia de su legado.
Apenas llegas a la Piazza Ognissanti, la silueta del hotel se impone con la elegancia de quien no necesita presentación. A un lado, el río Arno serpentea entre los puentes que inspiran pintores. Al otro, la Iglesia de Ognissanti resguarda frescos de Botticelli. Y a solo diez minutos caminando, el Ponte Vecchio y la catedral de Santa Maria del Fiore recuerdan que la belleza aquí es infinita.
Pero las vistas más impactantes están dentro. Cada habitación del St. Regis Florence es un homenaje al Renacimiento: frescos en los techos, lámparas de araña, tapices dorados y columnas de mármol. No hay minimalismo en este reino del exceso. ¿Un dato? Cada suite lleva el nombre de un poeta, noble o artista. Dormir en una habitación que lleva el nombre de Miguel Ángel es una experiencia en sí misma.
Si el arte decora las paredes, la gastronomía esculpe la experiencia. En el restaurante Winter Garden, el chef Gentian Shehi rinde culto a la cocina toscana con platos como Paccheri con bogavante y lima, Spaghetti con tomate cherry y albahaca, o Tagliatelle verdes con ragú de ternera. De postre, el clásico cannolo siciliano se convierte en un imprescindible.
En la Balconata, el desayuno se convierte en un evento en sí mismo. Entre las vidrieras y columnas, se despliega un buffet con quesos italianos, huevos florentinos y polenta con champiñones. Y para cerrar el día, en el Winter Garden Bar se impone un ritual: el Bloody Mary reinterpretado con Grappa di Brunello, miel de acacia y romero.
En el St. Regis Florence, todo es una declaración de intenciones. Aquí, la opulencia no es un adorno: es una forma de vivir. Desde el ritual del sableado del champán hasta la ceremonia del té servida en porcelana Ginori 1735, cada detalle evoca la dolce vita en su máxima expresión.
Porque, si Florencia es un museo, el St. Regis es su obra maestra habitada.
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