“El único tratamiento posible es quirúrgico”, afirma el cirujano, con una claridad que desarma mitos. En su consultorio, no hay lugar para las soluciones mágicas ni para la obsesión por los rellenos, que —sostiene— no solo no solucionan el problema, sino que a la larga pueden generar más daño del que aparentan corregir. “Estoy encontrando restos de rellenos calcificados que complican la cirugía, afectan nervios y provocan granulomas”, alerta.
En su visión, la cirugía plástica moderna se aleja del capricho estético superficial y se acerca cada vez más a un modelo médico integral. No es solo una cuestión de bisturíes y suturas: implica un trabajo en equipo con hematólogos, endocrinólogos y fisioterapeutas, especialmente en casos complejos como el lipedema. También hay una mirada nueva que lo atraviesa todo: la salud mental del paciente. “Evalúo el estado emocional antes de una cirugía. A veces es necesario sumar psicólogos o psiquiatras al proceso”, dice.
Cuando se trata de flacidez, el lifting facial sigue siendo el “caballo de batalla”, como lo llama el doctor. “Los rellenos solo aportan volumen, y con el tiempo esos volúmenes también caen”, explica. En el cuerpo, la lógica es la misma: la caída mamaria no se corrige con hilos tensores ni cremas, y el abdomen post parto, por más que se comprima con fajas, solo mejora con una abdominoplastia.
Este nuevo paradigma no es solo técnico: es profundamente humano. “La cirugía plástica responsable no solo transforma cuerpos: acompaña procesos, escucha historias y entiende a la persona en su totalidad”, dice el doctor. Una frase que lo resume todo.
En tiempos de filtros, IA y estándares imposibles, esta visión vuelve a poner el foco en lo real. En lo que duele, en lo que pesa, en lo que cambia con los años. La belleza no es un truco ni una app. Es un camino que se elige recorrer con conciencia. Y, a veces, con bisturí.