El evento tuvo lugar el 15 de octubre en el Brooklyn Navy Yard, Nueva York, y fue transmitido en vivo por Prime Video y las plataformas digitales de la marca. Una pasarela que mezcló emoción, memoria y un intento evidente por hablarle a un público distinto, más consciente, más real.
Bajo la dirección creativa de Adam Selman, el desfile encontró un delicado equilibrio entre el legado de fantasía y la necesidad de renovación. Selman, conocido por su estilo juguetón y provocador, volvió a darle vida a la sensualidad sin caricaturas: “Quería recuperar la emoción, pero sin volver atrás. Este show debía sentirse libre”, contó en diálogo con Vogue Business.
Y así se sintió.
Los cuerpos se movieron con libertad, las sonrisas volvieron a tener protagonismo y el cabello —voluminoso, natural, descontracturado— reemplazó a los looks rígidos y ensayados.
La pasarela combinó lencería, streetwear, denim y piezas de la línea PINK, enviando un mensaje claro: la sensualidad no es solo estética, también puede ser comodidad, juego y actitud.
El casting fue un statement: diversidad, autenticidad y una nueva conversación sobre belleza.
Jasmine Tookes abrió el show embarazada, con un look dorado en macramé y alas bordadas que parecían una extensión de su energía maternal.
Angel Reese, estrella de la WNBA, se convirtió en la primera atleta profesional en desfilar para Victoria’s Secret, marcando un antes y un después.
La gimnasta Suni Lee, medallista olímpica, hizo su debut como símbolo de disciplina y empoderamiento joven.
Entre los regresos más esperados, Gigi Hadid volvió una década después de su primera participación, y su hermana Bella Hadid cerró el desfile con unas alas que —literalmente— pesaban más de 20 kilos, motivo por el cual su caminar más lento generó debate (y ternura) en redes.
Barbara Palvin desfiló con el pie fracturado, revelado luego por su esposo Dylan Sprouse, mientras las cámaras captaban su sonrisa impecable.
Hubo además debuts resonantes: Emily Ratajkowski, Barbie Ferreira, Iris Law, Precious Lee y Quenlin Blackwell compartieron pasarela con íconos como Adriana Lima y Paloma Elsesser. Una mezcla que dejó en claro que la sensualidad tiene hoy infinitas formas, edades y cuerpos.
Como en sus años dorados, el show fue también un espectáculo musical. Missy Elliott se encargó del cierre con una actuación tan poderosa como nostálgica, que combinó Work It y Lose Control mientras el público —de pie— se rendía al ritmo.
En la línea PINK, los looks sorprendieron por su frescura: jeans combinados con lencería, un juego entre lo íntimo y lo urbano que borró las fronteras entre casa y calle.
En el backstage, las hermanas Hadid comieron pizza en bata de seda, y Ashley Graham confesó haber teñido su cabello ella misma la noche anterior “con un producto de supermercado”, según reveló entre risas.
Hubo incluso un pequeño tropiezo: Devyn Garcia se enredó con una capa en plena pasarela, pero su aplomo al recuperarse desató una ovación. Porque sí, incluso en un mundo de luces y glamour, lo más humano sigue siendo lo más encantador.
Victoria’s Secret sigue caminando sobre una línea delicada entre el espectáculo y la evolución cultural.
Su ADN —las luces, la música, las alas, la fantasía— permanece, pero ahora acompañado de una narrativa más empática y consciente.
El VS Fashion Show 2025 fue eso: una mezcla de nostalgia y reinvención. Un gesto de reconciliación entre lo que la marca fue y lo que aspira a ser.
El público lo vivió como una catarsis colectiva; la crítica, como una resurrección con matices.
¿Es un cambio profundo o una estrategia bien orquestada? Tal vez ambas cosas. Pero algo es seguro: Victoria’s Secret volvió a ocupar el centro de la conversación global, esta vez con una voz más diversa, más humana y —quizás por fin— más libre.