En Primera Persona con Diego Alfonso

(Por Agustina Amorós) Nació y creció en el campo, en un poblado rural del departamento de Artigas. Vino a Montevideo, estudió peluquería y con empuje emprendedor se abrió camino en un rubro competitivo. Hoy es uno de los estilistas más reconocidos del ambiente local. Por sus manos pasaron las cabelleras de un sinfín de famosas. Su agenda está repleta de novias que lo eligen como estilista para su boda. Tiene su propio salón en Montevideo –que lleva su nombre– en la calle Fernández Crespo. El estilista Diego Alfonso (42) está convencido de que el éxito se logra con constancia y disciplina y que para ser buen profesional es imprescindible ser buena persona. 

 

Diego Alfonso es muy alto, lleva sus rulos con volumen y canas que conviven con toda su onda. Casi siempre usa lentes de sol y remeras de manga corta que dejan expuesto su brazo izquierdo con varios tatuajes. “Ninguno significa nada, me los hice porque me gustaron”, me dice el estilista de un saque, como despejando dudas rápido. Yo vengo entusiasmada porque supe que con Diego somos coterráneos. Yo crecí en Bella Unión, él en un poblado a 70 kilómetros de mi ciudad, en la zona rural de Baltasar Brum. Un poblado de poco más de dos mil personas. Me pregunto qué quedará de su infancia en Artigas en este estilista que viaja por el mundo y trabaja con grandes marcas. “Todos mis valores vienen de ser del interior”, responde sin dudarlo, “es lo mejor que tengo”. Quiero saber más y Diego me cuenta que es el noveno de diez hermanos y que su mamá murió cuando él tenía dos años. “Visto ahora fue un caos, pero yo no viví mi historia trágicamente. Para mí esa era mi realidad”.

Fue a la escuela rural en Baltasar Brum y luego vivió una temporada en Salto, trabajando para una familia de estancieros a la que llegó mintiendo que sabía cocinar, y lo terminaron contratando igual por su actitud y osadía. Ya de chico mostró actitud emprendedora: “Siempre supe que mi destino dependía de mí. De niño hacía empanadas y pasteles y salía a ofrecerlos puerta a puerta. También recolectaba naranjas y mandarinas para vender”, me dice y se tienta: “Le estaba robando las mandarinas a mi padre ahora que lo pienso”. Tiene gracia para hablar, no da vueltas, ni esconde lo que piensa. “Digamos que soy bruto para decir las cosas, no te olvides que soy del campo”, dice. Esa sinceridad la usa a favor en su trabajo. Novias de todas partes del país están dispuestas a pagar por sus consejos, por su destreza para peinar y porque su energía es lo máximo: un torbellino de calma y risa, exactamente lo que una novia necesita en el día de su boda. El verano pasado, él también pisó el altar. Tras 15 años de relación con su pareja, Gonzalo Layes, se casaron en Las Vegas y luego celebraron con un fiestón en Punta del Este. La maestra de ceremonias fue Natalia Oreiro, vestida de Elvis Presley. Espero que el resumen haya sido suficiente para saber que nos adentramos en la historia de un estilista como ninguno. Aquí, una charla con Diego Alfonso. 

¿Cómo fue tu camino para dedicarte a la peluquería? ¿Fue una decisión vocacional?

Ya hace más de veinte años que me dedico a la peluquería aquí en Montevideo. Me encanta lo que hago, pero no te voy a mentir diciendo que ser peluquero era mi sueño, porque no es cierto. Para mí la peluquería fue un descubrimiento y un escape. Fue una salida económica real, una decisión estratégica. Siempre aspiré a poder vivir bien de mi trabajo. Mi objetivo era ser independiente, dueño de mis tiempos, dedicarme a algo que me llene. Me vine a Montevideo a estudiar cocina internacional, pero desistí al toque. El primer trabajo que encontré como cocinero salí a las tres de la mañana con olor a cebolla y dije: esto no es para mí. Caminando por Plaza Cagancha me topé con un volante para estudiar peluquería. Llamé, averigüé, era barato y me mandé. Salí de la primera clase derecho a comprar mis tijeras y cuando llegué a casa puse un cartel de cartón en la puerta que decía: “Corte $35”. Era el año 2003 y hasta ahora me acuerdo la cara de terror de la primera clienta. Me había pedido un corte en capas y la asesiné. A partir de ese día, cortaba el pelo todos los días. Fui mejorando, aprendiendo, ampliando. Hasta que abrí mi salón. Mi trabajo depende exclusivamente de mí, dependiendo de cuánto tiempo trabajo es cuánto gano. Soy de trabajar mucho. La vida me ha dado un aventón y yo lo aproveché.

Después del salón lo siguiente que agarré fue la moda. Son experiencias increíbles y fue un gran amor, que al tiempo me desenamoré. La moda es un trabajo increíble, pero es muy sacrificado, requiere de mucho amor, mucho tiempo, pero el presupuesto nunca está. Tuve que priorizar. Yo trabajo por necesidad y por ende me tienen que cerrar los números a fin de mes. La gente que trabaja en moda es divina, son experiencias increíbles pero el pago no era acorde. Es una gran puerta de entrada, te permite crecer rápido.

¿Cuántas personas trabajan hoy en tu salón? ¿Cómo sos en tu rol de líder? ¿Disfrutas de la gestión que implica tener un negocio propio?

Hoy en el salón trabajamos ocho personas: cinco coloristas, recepcionista y ayudante. Es un gran equipo que me permite mantener mi trabajo fuera del salón, porque me dedico también a sociales, trabajo mucho para bodas. Mi equipo es excepcional, tengo gente trabajando conmigo desde hace 15, 10, 8 años. Nunca se me fueron las personas que trabajan conmigo. 

Como líder siento que soy un desastre, porque a mí nadie me enseñó a ser empresario ni a manejar un negocio. Yo aprendí a tener un negocio, teniendo un negocio. Le debo mucho a las personas que trabajan conmigo. Me ayudan todos los días. Nuestra relación es muy fuerte. 

Lo más importante que busco a la hora de contratar a alguien, es sentir que es buena persona. A ser un buen profesional se aprende –con práctica, todo se aprende–, a ser buena persona no. Confío mucho en mi instinto. Me puedo equivocar, como todos. Pero nunca se fue nadie que trabaja conmigo, creo que por dos cosas fundamentales: al igual que yo, necesitan poder vivir de lo que trabajan. Si yo soy el jefe y sé que pueden ganar más, que ganen más. Ahora, si vos querés grandes profesionales, pagándoles poco y haciendo que trabajen mucho: lo único que vas a lograr es que vayan a buscar algo mejor. 

¿Cómo se dio tu gran salto profesional?

Hubo distintas etapas, pero una que agradezco siempre fue haber empezado en MoWeek

Rosario San Juan me dio la oportunidad. Fue una especie de madrina, un gran pilar. Ella te da la oportunidad, vos la aprovechas o no. Siempre le agradezco. Nadie se hace solo, esto requiere vincularse, trabajo y disciplina. De estar en MoWeek, un día Tresemé estaba buscando embajador y me recomendaron. Se me abrieron muchas puertas y un día me invitaron a viajar a la presentación de un nuevo producto en San Pablo. Allá conocí a los embajadores de Brasil y veo que ellos no paraban de hablar de la Fashion Week de Nueva York. Apenas volví a Uruguay pregunté cómo podía hacer para poder ir. A partir de eso fui a cinco fashion weeks de la mano de Tresemé, hicimos también campañas juntos. 

¿Cómo fue la experiencia de desembarcar como estilista uruguayo en el epicentro de la moda neoyorquina?

La primera vez que fui me quería morir. Yo pensé que iba a llegar y que todo iba a ser fabuloso: que iba a poder ir a los mejores desfiles, que iba a conocer a todas las modelos, que iba a peinar con grandes profesionales. Nada de eso sucedió. Me encontré con un ambiente altamente competitivo, nadie me hablaba, nadie me saludaba, te querían sacar de todos lados, no agarrabas a nadie para peinar… todo muy difícil. Ya para el segundo año fui más preparado, entendía mejor la dinámica. Las invitaciones de Tresemé las usé a mi favor, llegaba temprano, pensaba estratégicamente, me supe vincular. Una vez terminé en un lanzamiento de Fendi con Rihanna… Viví experiencias alucinantes. Hay un mundo al que no se accede ni siquiera con dinero, es con invitaciones. Fueron experiencias muy cool y divertidas. 

Como embajador de Gama Italy también me sucedieron cosas increíbles. Hace poco viajé a peinar a Natalia Oreiro para los Emmy, hicimos juntos una campaña.

Yo vengo de un pueblo de 2.000 personas, nunca me imaginé ni vivir en Montevideo, mucho menos todo esto. Va mucho más allá de cumplir sueños…

Te posicionaste muy bien como peluquero para bodas, ¿qué es lo que más disfrutás de ese rubro? 

Trabajar con novias es increíble, pasan cosas maravillosas. Acompañarlas en ese día hermoso en el que se van a casar con la persona que aman, rodeadas de sus seres queridos, llenas de buenos deseos y linda energía. El halo de novia es real. Las novias son como un gran pasador de energía. Me encanta acompañarlas en ese momento especial. 

Las novias me preguntan: ¿me durará el peinado toda la noche? Yo les respondo que espero que no, porque si es así es porque fue un embole su casamiento. Quiero que el peinado dure para las fotos, pero que terminen la noche con el pelo hecho bola. Es un día para ser feliz, no perfecto.

Cuando me escriben para peinarse conmigo es tanto el agradecimiento que siento y la alegría, que me encargo de siempre hacerme un hueco en la agenda. Lo que se genera es mágico. Es clave saber acompañar, ser solución y no problema. Peinar novias es agotador, pero también hermoso. Llegué a peinar a siete novias en un día. Una verdadera locura.

¿Cómo te gustaría que siga tu carrera?

En este rubro estamos constantemente viendo el relevo atrás nuestro. Las nuevas generaciones son talentosísimas, con una capacidad creativa espectacular. 

¿Cómo te adaptás vos para que eso no te coma? Si vos no capitalizas tu éxito, se te puede pasar. Uno tiene que estar claro con lo que quiere. Darles un abrazo a las nuevas generaciones, a quienes lo están haciendo y lo están haciendo increíble. Cuando eso suceda me quedaré con mi salón. Espero ser inteligente y que la vida sea generosa para estar tranquilo.

¿De estar tan rodeado de energía nupcial fue que te dieron ganas de experimentarlo en primera persona? 

Sí, tal cual. Después de años de trabajar con novias, entendí que casarse es una oportunidad única para generar un recuerdo compartido con alguien. La gente que vos amás y la gente que ama tu pareja en un mismo lugar, todos juntos, disfrutando y siendo felices por ustedes. El estado de felicidad y locura que uno siente es inexplicable. Lo entendí el día que me casé. El año pasado cumplíamos quince años con Gonzalo y lo convencí de casarnos. Lo hicimos a nuestra manera y hasta ahora no podemos creer lo que pasó. Todos nuestros seres queridos, Natalia Oreiro vestida de Elvis, la playa. Siento que hice un doctorado en casamientos. Nada se compara con esa noche. 

¿Creés en el amor para toda la vida?

Absolutamente. 

Ping Pong con Diego Alfonso

  • Un libro: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Lo leí siendo chico y el concepto Macondo me impactó muchísimo. Un lugar donde no pasa nada, esas familias que nacían y vivían toda su vida allí, donde su mundo era eso. Encontré muchas similitudes al lugar donde nací. 
  • Un director de cine: Steven Spielberg.
  • Un destino por conocer: Italia. 
  • Un miedo: Soy aracnofóbico, pero más allá de eso creo que todos los miedos son miedo a la muerte. 
  • Un sueño por cumplir: Peinar un casamiento en la India.

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